Mientras Alexander y yo conversábamos animadamente, ella callaba. Cada
tanto anotaba algo en una libretita negra. Cris y Sandra intervenían
ocasionalmente en la conversación, incluso Gabriel se animaba a pontificar,
llevando la charla, según su costumbre, a un terreno polémico.
Pero ella seguía en silencio. Pasadas las dos horas, comencé a
observarla. Sus anotaciones se producían al final de una anécdota o cuando
alguien definía una idea propia. Creí que tomaba notas, un escueto resumen de
lo dicho. No. Ella examinaba al hablante, lo calificaba. Sopesaba sus palabras.
Pensé primero en una comparación inocente de nuestros talentos orales, pero
luego miré la libretita negra.
Tenía una calavera en la tapa. Entonces me dije: ésta anota los pecados
y virtudes del hablante, y los traduce a números. Es la secretaria de Anubis,
el dios con cabeza de perro que pesa las almas. Su informe determinará quién de
nosotros va al cielo y quién al infierno. ¡Cuidado, Alexander! Ahorra tus
confesiones, hombre, que ella pesa tu alma ahorita mismo, y te vas derecho al
infierno. Pero todos hablan sin cuidarse, confiesan viejos pecados cometidos
con alegría, ajenos al peligro.
Yo me levanto a buscar un whisky al bar, como por casualidad paso por
detrás de ella, y echo una ojeada a la libretita. ¡Está cubierta de signos
fonéticos! Esto ha estado haciendo la secretaria de Anubis. Cada vez que
alguien pronuncia un fonema característico, ella lo anota con un comentario
técnico al lado.
“Alexander no puede pronunciar la ll ni la y rehiladas.”
[ž]
“Sandra nasaliza la e.”[ẽ]
“Gabriel fluctúa entre la y rehilada y la fricativa postalveolar sorda.” [ʃ]
“Cris
palataliza las dentales”. [tʲ ], [dʲ]
“Demetrio transforma la fricativa alveodental coronal plana
en una fricativa larga, dental predorsal convexa, sorda.” [s̻]
/ [s̪:]
“Alexander abusa
de la oclusiva dental sorda glotalizada.” [tʔ]
“Demetrio parece checo: aúna la sibilante y la vibrante en
un solo fonema.” [ř]
Etcétera.
Y yo que creía… me
reí de mí mismo. Nadie pesaba nuestras almas. Ella era una simple nerd,
obsesionada con sus estudios fonéticos.
La reunión concluyó por fin, y todos nos despedimos. A punto de tomar el
ascensor, ella me dirigió una mirada misteriosa, mientras guardaba su libretita
negra en la cartera. Por un momento, la calavera grabada en la cubierta brilló
en la oscuridad.
-Chau, la pasamos bien.
-Vuelvan pronto…
Quedé solo. Al rato estaba en la cama, recordando esa última mirada. ¿Y
si…? No, imposible. O tal vez sí, después de todo. Nuestro destino final no
depende de las acciones, sino de las palabras. La vida entera es un examen de
fonética. La secretaria de Anubis nos califica en secreto, y cuando llega la
hora nos vamos al cielo o al infierno, según nuestra buena o mala
pronunciación.
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