Graffiti



    Por la esquina de Gascón y Tucumán pasa el 151. Mi mujer lo toma todos los días para ir a la escuela donde trabaja como maestra de plástica. Hay una pintada en esa esquina que dice “Feliz Aniversario. 27/9”, hecha con aerosol. A mi mujer le llamó la atención, porque ese día precisamente es nuestro aniversario de casamiento, el 27 de setiembre. Y más todavía, la asombró otra coincidencia: junto al “Feliz Aniversario 27/9” hay otra pintada, con una D y una C entrelazadas. Y estas dos letras son las iniciales de nuestros nombres.
  Así que tenemos una leyenda que se refiere a nuestro aniversario, con la fecha exacta y nuestras iniciales, todo escrito en una pared frente a la cual mi mujer pasa todos los días para ir a trabajar. La pintada ya tiene sus años, pero con el tiempo, el paredón fue recibiendo otros grafitti hechos por distintas manos, no menos pertinentes que los anteriores. Junto al “Feliz Aniversario 27/9” ahora se ven tres iniciales, A, M y G.: son las iniciales de nuestros tres hijos Anahí, Marina y Gabriel. Solamente faltaría la V. de nuestra hija Verónica, y ya tendríamos a la familia entera mencionada en los grafittis de esta esquina mágica, donde el destino nos habla.
   A veces Cris siente ganas de bajarse del colectivo cuando pasa por ahí, comprarse un aerosol en alguna ferretería y pintar ella misma la V, para completar la leyenda. Pero se dice a sí misma que así no vale. La magia es magia, sin trucos.  Tiempo después comprendimos que la V sí estaba presente, sólo que disfrazada. En efecto, los dos palitos verticales de la M mayúscula sostienen una V de menor tamaño, apenas separada de ellos, e incluida, pues, en la letra M. Verónica también está. ¿Qué opinan ustedes? ¿Es una casualidad? ¿O una causalidad?
   Déjenme ayudarlos un poco, o mejor dicho, empujarlos hacia la locura. Hace unos veinte años hubo otra pintada, esta vez sobre una pared en la calle Sarandí, por donde yo pasaba todos los días caminando para ir a mi oficina. Era un grafitti escrito por una pareja de novios, que encerraba en un corazón esta inscripción: “Verónica y Gabriel, 22/8/90”. El lector ya conoce los nombres de mis dos hijos mayores, Gabriel y Verónica, pero aún no sabe que ambos nacieron un día… 22. Gabriel en julio del ‘89, Verónica en mayo del ‘91. El grafitti conocía el destino, naciesen mis hijos antes o después de su fecha. Quienes lo escribieron fueron instrumentos de lo invisible, sin saberlo. Quienes lo leyeron, aparte de mí, no podían sospechar su importancia. Sólo a mí estaba dirigido. Del mismo modo, ningún pasajero del 151 sospecha que esa esquina borroneada con fechas e iniciales pueda cifrar el destino de una mujer que viaja junto a ellos en el colectivo. 
    Las señales tienen un destinatario selectivo, no significan lo mismo para todos. Para los más, ni siquiera significan nada. ¿Y si todas las inscripciones que vemos en la calle tienen un segundo sentido, sólo perceptible para alguien en particular? Sería en verdad la escritura de Dios… o de un autor universal, para quien somos apenas personajes de una obra cuyo sentido ignoramos.














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