En Las Nutrias o en Tapalqué escuché la historia. Me la contó un gaucho
con el facón más largo de cuantos haya visto. El hombre cortaba un salame de
campo, y al hacerlo le daba un sesgo particular. Los cortes eran oblicuos,
produciendo fetas elípticas, más largas de lo que saldrían si el corte fuese
trasversal al eje del salamín. Esto último produciría una feta redonda, más
estética a mi ver. Pero el hombre cortaba oblicuo. Me convidó una feta, y
admití que estaba delicioso. En los campos feraces de la provincia de Buenos
Aires pueden degustarse estas exquisiteces, verdaderas delicuescencias del
paladar.
Fue entonces –o tal vez al probar el queso que acompañaba el manjar
autóctono- que hice la pregunta. ¡Más hubiese valido no hacerla! La pregunta,
digo, que alteró para siempre mi visión de la realidad:
-¿Porqué no corta el salamín redondo?
Yo hablaba en estado de completa inocencia, como Adán antes de Eva y la
víbora. La respuesta fue tonante, cargada de ira divina, y ahora lo veo, ay,
asaz justificada.
-¿Qué decís? –los ojos del gaucho
fulgieron como hierro blanco- ¿vos estás mamado? ¿querés salamín redondo? No
sabés nada…
El tipo continuó su faena ignorándome, y no me hubiese vuelto a dirigir
la palabra, si Basilio no fuese su amigo. Él nos había traído al campo a cazar.
-Explicale a Demetrio, es pajuerano…
El gaucho hizo una mueca de disgusto por tener que tratar con un ser tan
inferior como yo, pero finalmente decidió iluminarme.
-El salame se corta así, al sesgo. Y
punto. ¿Entendés?
Quedé abrumado por tal concisión, fruto sin duda de una sabiduría
profunda. ¡Así hablaba un gaucho! Me dije, nada de condescender a dar
explicaciones. Basilio se creyó obligado a matizar la respuesta con su propio
parecer.
-Yo incluso lo noto en el sabor,
cortado así es más rico.
Nada más que decir. Sólo un ignaro podía argumentar a favor del salame
cortado redondo. Esa tarde abandoné el campo con un nuevo tesoro de
conocimiento, una clave que me permitiría entender la trama oculta de la
historia contemporánea.
Fueron años de investigación, diversos climas y latitudes curtieron mi
piel, a medida que las evidencias se iban sumando. Consulté archivos
clasificados de la CIA, actas confidenciales del MI 16, informes oficiosos del
Mossad y la inteligencia pakistaní, hasta que la escena se fue armando ante mis
ojos. Ya no cabían dudas. La única figura histórica de quien se sabe
positivamente que cortaba el salamín redondo, era Adolf Hitler. Nadie más se
atrevió a hacerlo en público. Sin embargo, se rumorea que Goebbels y Rudolf
Hess lo hacían en privado, cuando nadie los veía. Pero ¿puede ocultarse
semejante secreto?
Los demás jerarcas nazis no estaban autorizados a hacerlo de manera
independiente, sólo en las cenas solemnes de la Ahnenerbe y la Sociedad de
Thule. Acabado el nazismo, el execrable ritual de cortar el salame redondo
desapareció de la faz de la Tierra por décadas.
Hay un informe de circulación restringida, no obstante, según el cual
George W. Bush, tras dejar la presidencia, corta el salamín redondo en su
rancho de Texas, cuando llegan a visitarlo legisladores del Tea Party.
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